El fútbol moderno, alejándose de pretensiones ancladas en el esfuerzo físico y la cultura casi militarista donde cada uno de los partidos podría ser comparado a una batalla de aptitudes físicas, ha evolucionado en una dirección donde la mayoría de los conceptos que han marcado una época han sido revisados y modificados en consecuencia. A día de hoy, una buena explicación en la concepción de este deporte y que explique el motivo de gran cantidad de cambios, podría ser este apunte de JM. Lillo, «Estamos ante un juego colectivo en el que hay interacción con el resto, el otro me condiciona y yo condiciono al otro. Entre todos condicionamos al entorno y el entorno nos condiciona a nosotros. Todos somos seres condicionados y al mismo tiempo condicionadores».
Estos condicionamientos de ida y vuelta, hacen que la inteligencia táctica sea un concepto inseparable de la realidad contextual en la que se desarrolla nuestro deporte. Analizar, anticipar y actuar en consecuencia hace que futbolistas obtengan ventajas notables para sí mismos y para su equipo.
Podemos definir la inteligencia táctica como la capacidad de un jugador para observar las diferentes variables y estímulos del entorno en cada momento determinado, seleccionando la mejor respuesta posible en función de una situación concreta, obteniendo ventajas individuales y colectivas. Este concepto no puede ser separado de aspectos técnicos o físicos, ya que en todo momento se concibe al futbolista en una dimensión íntegra. Por lo tanto, la inteligencia táctica incluye como aspecto clave las limitaciones y virtudes del futbolista, ya que en función de sus posibilidades de desenvolverse en el medio, tomará una decisión u otra.
Existen multitud de casos prácticos en los que jugadores con unos dotes técnicos increíbles, no sacan partido de ellos debido a un déficit notable para interpretar las situaciones reales del juego, y por el contrario otros, más limitados en el aspecto técnico, son capaces de desenvolverse con soltura.
Uno de los jugadores que nos viene rápidamente a la cabeza al hablar de Inteligencia Táctica, es Xabi Alonso. Su colocación en el campo es siempre la adecuada en función de la fase en la que se encuentre su equipo, así como su toma de decisiones. Representa éste parámetro de una manera ideal, ya que es capaz de conocer sus posibilidades de acción en el espacio mediante su cuerpo, con sus virtudes y limitaciones.
Éste aspecto, puede que sea también el más difícil de estimular para llevar a cabo una mejora en el futbolista. Requiere de una estimulación psicológica que en muchos casos es difícil de llevar a cabo por los entrenadores, a la vez que debe ser realizada en unas proporciones adecuadas evitando que se pueda producir una fatiga cognitiva, punto en el que el jugador no es capaz de tomar decisiones con la concreción y corrección necesaria. A pesar de ser un concepto más o menos moderno, cada vez son más los cuerpos técnicos que le dan una enorme importancia a través de los también novedosos medios de trabajo y planificación.
Quizás las diferencias entre muchos equipos en los últimos años con clubes como el F.C Barcelona o la Selección Española, residan ahí. El talento de jugadores como Iniesta, Xavi o Busquets, reside más dentro de su cabeza que en las superficies con las que manejan el esférico. Basan su juego en una creación de ventajas constantes para sus compañeros, a través de una toma de decisiones que en muchos encuentros ha rozado la perfección.
Por lo tanto, y a modo de conclusión, quizá debamos plantearnos este tipo de conceptos en nuestros entrenamientos diarios, tanto en el fútbol como en la vida, la estimulación perceptiva y la capacidad para interpretar y obrar nos hace más capaces en nuestros respectivos desempeños, así, que citando de nuevo a JM. Lillo «No construyamos certezas que nos hagan creer que no existe la incertidumbre».
Twitter de Roberto Arias: @ariasgonzalez