El truco de la pelota parada
Resulta paradójico comprobar cómo, el momento en el que el juego del fútbol más se aleja de su esencia de juego resulte ser, uno de los caminos más cortos para llegar a celebrar un gol.
Ese momento en el que fútbol deja por unos instantes de ser un juego de once contra once para convertirse en un escenario en el que, el ilusionismo, el engaño y la teatralización toman partido para intentar ganar un metro o unas décimas de segundo con las que aventajar en esa acción a los adversarios.
El éxito actual del Atlético de Madrid ha puesto una vez más de manifiesto la capacidad que tienen las acciones a balón parado para ejercer de vehículo con el que recorrer con mayor comodidad el trayecto hacia el momento de levantar un trofeo o de festejar en la plaza o fuente correspondiente frente a miles de aficionados.
Pero esta importancia del balón parado no es, ni mucho menos, un descubrimiento del Cholo y el Mono, pues mucho antes, equipos históricos del fútbol español se aprovecharon de esas acciones para, como dirían en el país del cuerpo técnico colchonero, salir campeones en diferentes competencias.
Desde aquel Real Zaragoza que con Víctor Fernández levantó la Recopa, pasando por el mismísimo Atleti del doblete con Radomir Antic como ideólogo y un tal Milinko Pantic como milimétrico ejecutor, hasta el Valencia en el que Benítez movía las fichas para que Baraja y compañía anotasen una y otra vez.
Todos ellos equipos de momentos y características diferentes que utilizaron estrategias distintas, pero que reunían elementos comunes e imprescindibles en este arte: excelentes lanzadores, certeros rematadores y sobre todo, una gran capacidad para esconder sus cartas al adversario hasta el preciso momento de ponerlas sobre la mesa.
Casi cualquier lugar del terreno de juego ha sido susceptible para iniciar una de estas jugadas, obteniendo en numerosas ocasiones el final deseado, sin importar si el balón surgió desde una esquina, a raíz de una infracción del equipo rival o después de que uno de los oponentes impulsase el esférico más allá de la línea lateral, como bien aprovechó semanas atrás el Sevilla de Unai Emery representado en la cabeza del simpático camerunés Mbia.
Todas ellas han sufrido una evolución durante los últimos años, encontrando excelentes representaciones más allá del trabajo diario de los clubes, como aquella acción repetida en la que Thiago levantaba sutilmente el balón por encima de la barrera para que Canales marcase sin oposición y que, además de tener un lugar en la historia de las categorías inferiores de la Selección Española, equipos como el Eibar, la han hecho suya en la presente temporada para conseguir marcar goles importantes.
Algunas de estas acciones resultan prácticamente indefendibles por la precisión cirujana en su ejecución si bien, otras acaban en celebración por el despiste o la falta de previsión del equipo defensor ante ese momento en el que cada equipo intenta presentar ante el gran público las novedades de su repertorio en busca del desnivel que el propio juego niega en multitud de ocasiones.
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