¿Quién decide a qué se juega? Cuando comienza el partido, dos equipos con un mismo objetivo, luchan por la conquista de un balón que deben introducir en la portería contraria para obtener la victoria. El gol y tener el balón son las máximas aspiraciones por las que un equipo salta al terreno de juego. Bien es cierto que, por cuestiones relativas a cada competición, a veces las metas de la lógica interna del juego difieren de los objetivos comportamentales de uno de los equipos. Bien porque el resultado de la ida en una eliminatoria a doble partido les permite clasificar sin tener que vencer al rival al que se enfrentan o tal vez porque la situación en la tabla y los objetivos de la temporada permiten que evitar la derrota sea ya un triunfo en sí.
La evolución de este deporte nos ha llevado a experimentar enormes cambios en cuanto a la manera de jugar y la forma de distribuir a los jugadores en el campo. Hace décadas la preocupación principal parecía residir en quién anotaba más goles. Como dice Morris (1981) “En el pasado los equipos estaban más preocupados por la gloria de la victoria que por el desdén de la derrota, de ahí a que se sufriesen bastantes goles pero se marcasen más.” El reglamento, las concepciones técnico-tácticas y las evoluciones que ha ido sufriendo el juego nos ha llevado, en multitud de casos, a preocuparnos más de que nuestro equipo no encaje gol que a intentar marcar gol, contraviniendo así el principio de la lógica que este juego lleva intrínseca. Sería interesante detenernos a pensar en cómo cambiarían las competiciones si el empate entre dos equipos no fuera posible, si siempre hubiera que determinar a un ganador. Estoy seguro que la manera de jugar y las estrategias operativas de muchos equipos darían un giro radical.
Muchas formas y mismos objetivos. Cada equipo, por más que nos empeñemos todos, tiene una forma diferente de jugar. De la que decimos que está determinada por una combinación del entender el juego por parte del entrenador más la suma de las interacciones de los jugadores y las sinergias que producen. En desacuerdo con la primera y en la misma línea de pensamiento que la segunda. El entrenador puede transmitir su punto de vista de cómo deberían ocurrir las cosas, pero por suerte o desgracia no está dentro del terreno de juego cuando la pelota comienza a rodar y es ahí, donde se pone de manifiesto el propio juego. El míster puede generar estados de ánimos, educar de alguna manera una actitud premiando determinadas conductas y castigando otras, pero bajo mi punto de vista no puede conseguir que un equipo juegue de una determinada manera si los jugadores que dispone no lo hacen ya de forma natural. Explico esto último, es una obviedad decir que cada jugador es diferente a otro. Que las capacidades y características de un jugador con una complexión idéntica a otro ofrece diferentes soluciones, mejores o peores, dentro de un mismo contexto. La interacción de estos jugadores determinará qué son y qué pueden ofrecer, con sus virtudes y defectos. “Mi equipo ideal es aquel en el que, en cualquier momento y en cualquier situación, todos los jugadores piensan de la misma manera.” José Mourinho.
¿Cómo conseguimos que nuestros jugadores sean capaces de pensar de manera similar ante una misma situación dada? Gracias al entrenamiento. No un entrenamiento descontextualizado de la naturaleza del propio juego y de la que los van a jugar, es decir nuestro equipo. Para tener claro a que tenemos o podemos jugar tenemos que conocer a nuestros jugadores. No es lo mismo jugar con jugadores que crecen a través del espacio, de la velocidad, de la chispa y del timming, que jugar con jugadores que necesitan de la asociación, de la creación de superioridades numéricas y posicionales, del entrar continuamente en juego. Existe un gran debate en cuanto a qué comportamientos del jugador son aprendidos y cuales son naturales. En mi opinión la única manera de comprobarlo es darles libertad, que vuelvan a ser quienes irremediablemente son y ahí, cuando comiencen a manifestar conductas naturales, sinergias con los compañeros de equipo y comportamientos que van a ser válidos al grupo (el fútbol es un deporte COLECTIVO) es cuando tiene que intervenir el entrenador, para que el propio futbolista sepa, que lo que él es capaz de hacer de manera natural ayuda al equipo y que se le exigirá, una y otra vez, que manifieste ese tipo de conductas en beneficio mutuo con los compañeros (ellos se aprovechan de lo que él genera y viceversa). Con esto no quiero decir que el futbolista no mejore si no entrena de acuerdo a sus características. Me refiero a que el futbolista mejora, siente mejor y por lo tanto será más fácil llegar a él, si se le exige lo que él puede hacer y no comportamientos desnaturalizados en búsqueda de un beneficio grupal que a la larga, puede tener efectos totalmente contrarios.